Crónica de un Refresco Derramado
Por Omar Alejandro De León Palomo
Hace unos días fui a un restaurante de comida rápida en la frontera de Tamaulipas, era un día cualquiera en Reynosa, el municipio más poblado del Estado; llegué a una hora donde el lugar no estaba vacío pero tampoco lleno, la gente entraba y salía, es uno de esos lugares donde también ofrecen fiestas infantiles, me rehúso a decir su nombre pero sus hamburguesas y papas fritas son muy buenas, el caso es que mientras saciaba mi gusto y mi apetito pude comprobar una de las tantas hipótesis que he leído y que he acuñado en mi vida profesional. Los inconvenientes de estudiar y conocer Criminología es que se ve el mundo desde un enfoque diferente, ya no se es el mismo después de cuatro años de estudio del fenómeno antisocial y más aún, del funcionamiento del engranaje social.
Un menor de escasos tres años derramo un vaso de refresco frente a mí y mi esposa, y frente a tres familias más que consumían alimentos, todos vimos el hecho, el niño se levantó y se fue hacia la mesa que se encontraba muy lejos de nosotros. Todos volteamos a ver el líquido derramado, nos vimos unos a otros y hasta volteamos al mostrador donde se encontraban los encargados, esperando ver que se habían percatado del líquido derramado, que no sólo era eso, sino que era un elemento que ponía en situación de riesgo a cualquiera que pasara desapercibidamente sobre el charco. Sin embargo, ninguno de los espectadores que fuimos testigos dio aviso a los encargados que se encontraban entretenidos con los recién llegados clientes.
Así pasaron alrededor de 20 minutos, en los cuales el refresco derramado seguía en el suelo, cada que volteábamos a verlo crecía, y cada que pasaba alguien cerca de él volteábamos, esperando posiblemente que no resbalara, pero nadie decía nada. La familia que se encontraba a sólo un metro del líquido había perdido el interés en él, ya que no funcionó verlo intensamente, no desapareció; uno de los hijos de la familia corrió hacia los juegos del establecimiento y allá anduvo alrededor de cinco minutos. Hasta que finalmente regreso en un frenesí de esos que se apoderan de los niños, un frenesí de alegría y prisa por contar un suceso anterior que le pareció necesario comunicar a su madre, el niño regresaba sin zapatos y si, resbaló con el charco de refresco y cayó.
Me interesa abordar de manera breve, y a propósito, la conceptualización de sociedad, definida por el Diccionario de la Real Academia Española como “Agrupación natural o pactada de personas, que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, todos o alguno de los fines de la vida”. El entendido de sociedad se ha degradado en prejuicio de la mutua cooperación, vivimos en una sociedad Tamaulipeca que se vuelve insensible ante la conducta antisocial, que día a día le han hecho perder ese sentido de pertenencia, que ha perdido la fe en denunciar, en preocuparse por otros por el miedo, que se desinteresa en los demás que no están dentro de su núcleo familiar primario.
En fin, el niño cayó al suelo, la madre inmediatamente lo levanta y lo carga, voltea a ver con una mirada fulminante y llena de enojo hacia el mostrador, donde se encontraban los encargados, me tomé el atrevimiento de interpretar su mirada “No ven el charco que está derramado aquí, ya se cayó mi hijo, que mal, que desconsiderados”, pero me puse a pensar ¿Y los hijos de las otras personas? ¿Por qué hasta ahora se interesa verdaderamente por el charco derramado? La mamá se sentó nuevamente y limpió al niño. Pero siguió viendo el charco, se notaba su ansiedad y preocupación por el charco, tanta fue la presión que éste ejerció sobre la madre que sentó al niño que lloraba en otra silla, se levantó, y de una mesa vacía jaló dos sillas que colocó en forma de conos de precaución, haciendo gestos como de “no puede ser, se puede caer alguien”. Se volvió a sentar, pero no dejaba de mirar al mostrador y al refresco derramado, algo le seguía haciendo ruido, algo no la dejaba terminar de comer sus alimentos, hasta que se levantó de la silla y fue hacia el mostrador meneando la cabeza, donde con enfado avisó a los encargados del temeroso charco de ser limpiado.
Y así fue como termina la historia del refresco derramado, un empleado vino inmediatamente y se lo llevó entre el trapeador, quitó las sillas que puso la mujer y puso unos triángulos con la leyenda “piso mojado” sin antes agitar uno de ellos tratando de desvanecer el último mililitro de tan despreciado líquido.
La situación que les relato no es por nada, en México la violencia ha crecido desproporcionalmente en los últimos años, los índices de criminalidad han alcanzado cifras desmedidas y se ha mostrado la incapacidad y corrupción no reconocida por el Estado, quien se encarga o debería de encargar primordialmente de procurar “todos o algunos fines de la vida”.
El Estado, representado analógicamente por los encargados del establecimiento, ha perdido el interés por atender de forma “pronta y expedita” al pueblo, se han acostumbrado a funcionar sólo mediante la presión de la sociedad, del pueblo, quien realmente sufre. Pero este pueblo también se ha viciado de no practicar la solidaridad y de esperar a que los demás hagan las cosas. Somos partes de un problema que grita por solución, solución que está en nuestras manos. Los movimientos de autodefensa nos han proporcionado una esperanza, cuando se pensaba que sólo empeoraría la situación del país. Nos han enseñado que nosotros tenemos el poder, y en cualquier momento podemos exigirlo con unidad. Seamos participes de un cambio social, de un cambio de mentalidad. Interesémonos por los demás integrantes de la sociedad y vivamos una vida digna y honesta, que proporciona más gratificaciones que la pérdida de humanidad.
Sobre el Autor:
Licenciado en Criminología, Maestría en Criminología y Ciencias Forenses.
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